viernes, 2 de mayo de 2025

Reseña de La muerte de Iván Ilich de Lev. N. Tolstói

Solo una palabra: catárquica. 

Recientemente sufrí una terrible pérdida, dejando una falta de sentido y un vacío radicales. A veces, por breves instantes, cada vez más frecuentes, olvido esa ausencia, colmándome de culpabilidad, como si en el recuerdo radicara su existencia. La muerte no solo es para los que se quedan, sino para los que la transitan. No estamos preparados para acompañar la muerte. La muerte sigue siendo un tema tabú, también en el ámbito de la salud, y esto es lo que precisamente se denuncia en la novela de Tolstói. 

No solo critica la falta de sentido que siente nuestro protagonista ante la inminente muerte, sino la infantilización que hacen sus seres queridos y el equipo médico de él mismo. Le tratan dos médicos de confianza, pero ninguno de ellos pronuncia la palabra “muerte”, parece que si la nombras se te aparece. Todos actúan ocultándole una verdad incuestionable: su enfermedad es incurable, terminal, no va a salir de esta. Él en su fuero interno lo sabe, pero, por momentos, recupera la fe y se toma el tratamiento, sobre todo para callar a su mujer, que tan poca cuenta le echa. Tampoco falta la culpabilidad que le hacen sentir sus familiares por los hábitos que le han llevado a padecer esa enfermedad innombrable. No hay acompañamiento, ni por los familiares, ni por los profesionales, está abandonado, solo frente al abismo. Los médicos en esta novela no faltan a su estereotipo de funcionarios: lo tratan como a un objeto entre objetos. Él pide ser tratado como un sujeto, que siente, padece, sufre; quiere el consuelo del calor humano, escucha, comprensión, que lo traten con humanidad, esa humanidad que la medicina, al incluirse dentro de las ciencias ha olvidado; que sigue siendo un arte. 


Pero no todo está perdido para Iván Ilich, durante sus padecimientos uno de sus sirvientes, vigoroso y saludable, que acude a asearle la habitación, le abrirá los ojos sobre su situación vital. Este joven no lo culpa por su enfermedad, era el único que no mentía, el único que comprendía lo que estaba sucediendo y no consideraba necesario disimularlo, solo se compadecía de su extenuado y consumido señor. Iván Ilich no quiere consejos, no quiere que le pregunten cómo está, ni que le hablen de las maravillas del mundo de la vida, haciendo como si no pasara nada, solo quiere reposo, descanso, caricias, sentir el calor humano, que lo miren, como a un niño pequeño que tiene miedo a la oscuridad, solo necesita que le asistan en ese tránsito a la oscuridad.


A medida que se acerca el momento, Iván Ilich se plantea el porqué de esa muerte y de la soledad que lo corroe, a pesar de haber sido una persona diligente en su trabajo y hacia su familia. La convicción de que se está muriendo y que a nadie le importa se traduce en una enorme soledad. Esto le hace introducirse en un análisis minucioso de su pasado que le llevará a dudar sobre si el estilo de vida acomodado y superficial ha sido el correcto: 

“El matrimonio (…) y esa labor estéril, y las preocupaciones por el dinero, y así un año, dos, diez, veinte: siempre lo mismo. Y cuanto más se acercaba al presente, más muerto le parecía todo. Como si hubiese estado bajando todo el tiempo por una montaña figurándose que estaba subiendo (…) Según la opinión ajena había estado subiendo, pero en realidad la vida se le había escapado un día y otro bajo los pies… Y ya estaba todo hecho. ¡Solo le quedaba morir!”. 

Sin embargo, a medida que se acerca su muerte asume que, a excepción de su infancia, no ha vivido plenamente y que ya no tiene solución,

“Se le ocurrió pensar que lo que hasta entonces había considerado una completa imposibilidad, es decir, que no había vivido como debería haberlo hecho, podía ser verdad. Y se dijo que esos leves intentos de lucha contra todo lo que la gente encumbrada consideraba bueno, que esos leves intentos de los que se había desentendido a las primeras de cambio, podían ser verdaderos, y que todas las demás cosas podían no ser como deberían haber sido. Su trabajo, su modo de vida, su familia, los intereses mundanos y profesionales: todo eso podía no ser como debería haber sido”. 

Tolstói quiere resaltar la importancia de la elección de un proyecto propio, desde nuestro fuero interno y no desde las convenciones sociales o las costumbres, resalta la importancia de esos momentos de ocio, que son una respuesta rebelde al sistema. Las amistades, los juegos, las risas, la diversión, todo lo que acompaña a la infancia es una vida consumada, vivida; todo lo demás, lo impuesto por la convención: el matrimonio, el trabajo, etc., son formas de que la vida pase por ti. 


Finalmente, se libera del miedo a la muerte, pues se da cuenta, como diría Wittgenstein, que “la muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive”. 


Como conclusión, todo el mundo debería leer esta novela, pues nos enseña a desmitificar la muerte y a preguntarnos por nuestra existencia. También nos pone en el lugar de un moribundo, haciéndonos más conscientes de los cuidados y el acompañamiento que son necesarios en esta etapa. Por supuesto, también de cara a la medicina, ciencia que se ha objetivado y ha olvidado su carácter humanista, que esta obra trata de señalar. 

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